consulado

Todo esto es para ti.

Porque si el amor se hace demasiado grande para nosotros, tú eres, a mis ojos, tan alta como el amor.

Bichito. Cómo explicarte en palabras lo que vi. Cómo hacerle una canción a tu estatura.

Yo tengo un amor. No lo merecía, no lo esperaba, pero el amor convirtió mi cadáver de perro verde en carne de epifanías, antes de incinerarme por completo.

Encontré mi ser en el quererte. Descubrí minas y yacimientos, y países nuevos sobre mis tierras alborotadas. 9.

Eres mi forma de incendiar el mundo. Eres mi escándalo, el veneno de mi vocación. Eres mi obsesión más viva, la que jamás cede. Eres el fervor, más allá de todo lo recomendable. No hay alternativa a ti.

Eres la escalera del cielo. Eres larga y rica en peldaños como no imaginas; unos son de hielo, por la altura, y otros arden como barras de luz. Y todos los días te medía, para que te conocieras, con los metros de mis torpes manos quemadas.

Darte amor es amar al amigo que sirve vino antes de empezar el viaje. Cuando te bebía, era por beberte como el vino que bebimos antes de ser tú y yo: cuando éramos un lío de abrazos frente a un amigo burlón, que nos condenaba, copa en mano, antes de declarar la ruta abierta e inaugurar el mundo entero.

Después, te concedió el honor de ser tú la que diera nombre a todo lo por existir. Tú lo hiciste, a voluntad, y al término, cuando las cosas del mundo palpitaban recién nombradas, me miraste, con los ojos llenos de vino, completamente ebria, y me nombraste para la adoración.

Realmente lo creo.

Quien pase por la vida sin conocer lo que yo conozco en ti, se quedó en las puertas. No bajó. Camina siempre por lo llano, o no camina en absoluto.

Abrazarte dormida, por la espalda, era el mayor privilegio. Es dar amparo a Dios, cuando se siente un poco cansado después de desplegar tanta belleza. Por tu amor, Dios nos eligió como albergue, para que le acogiéramos un rato cuando el mundo le fatigaba, y se le quedaba pequeño, y sólo encontraba asilo adecuado en nuestro jardín de enredos.

Anfitriona de Dios al final del día. Mi bonita. Las vacaciones de Dios, pasadas en mis brazos. ¿Por qué me elegiste para un regalo así?

Buhonera alegre. Entré en tu casa, trepando por tus peldaños de tu propia mano, y al entrar todos tus trastos se pusieron a cantar música de feria para mí. Excitados, y por asustarme un poco.

Eres la misión mi ejército entero. La tierra de mi éxodo. Echaba el balón de mi cabeza al campo, y te lanzabas a jugar sin una sola pregunta.

Por ti me convertí en invitación permanente. Agotado, no dejaba de maquinar nuevos encuentros, nuevos placeres, nuevos rincones. Ya no sabía ni cómo respirar. Pedí al cielo los mapas del mundo, que es cosa difícil de conseguir, y por ti me los dieron, y por tu escala los descendieron hasta mis manos. Contigo es imposible dormir, pero es que Dios descansa, entre tu espalda y mi pecho, cuando dormimos juntos, y respira pesado y sonriente como un niño después de su cumpleaños. Contigo durmiendo y Dios soñando, sudando amor, yo me dedicaba a leer los planos con una candela, trazando rutas, milagros, revelaciones.

Desvelado, pensaba en lo que Dios nos dijera antes de irse a dormir. Dejaba mi pecho en la cama pegado a tu espalda, por no despertaros, y me iba a dar vueltas por la casa con el corazón y el hígado al aire. Leía, temblaba, maquinaba. Leía feroz, desesperado, para descubrir de una vez cómo ser bueno para ti. Definitivamente bueno. Dios se burlaba de mi con sus ronquidos, tú descansabas en paz, y las cosas de tu casa traqueteaban nerviosas canciones de marineros.

Quizá querían avisarme. Decirme algo. Algo que nunca entendí, y por eso no conseguía hacerme bueno.

Pero cómo aplaudía tu casa cuando Dios venía a vernos. Quién puede vivir sin aquellos vinos que nos tomamos. Borracha mía. Quién puede no celebrarte, quién no reconocerte como eucaristía, además de ti misma, que de alta como eres no te ves más que a tramos.

Porque sólo tú eres capaz de coger el teléfono y pedirle a Dios que se acerque un rato, para cenar; y decirle que traiga el vino, descarada; y convencerlo de que se quede a dormir con nosotros. Todos esos trucos que aprendiste justo antes de la eternidad, cuando un amigo nos emborrachaba.

Cuidarte, protegerte. Beberte. Regarte. Adorarte como un perro, sentado en el quicio de tu puerta cerrada, escuchando la música de tu apartamento, amortiguada. ¿Qué eras, antes de ser, para merecer ser amada así? ¿Con qué comerciabas, qué linaje tenías, antes de ser cuerpo, para llevarte así con Dios? ¿En qué tratos andabais los dos, a mi costa, mientras yo bebía un poco más de vino y hacía el calentamiento, saltos y carreras, antes de nacer y saltar al campo, convertido en pelota?

Fue con sólo verte dispuesta a amar. Con la cerrilla prendida en la mano, invitándome, sobre el mundo como un pasto seco regado de licor, y el viento del sur alborotando.

Enloquecí.

Mi blasfemia. Mi infamia. Mi vileza virtuosa. Nadie entenderá esta ruina en la que me convertiste. Nadie comprende esta magia entre salvajes. Nadie sabe lo que vi, con sólo verte. En tu nombre canto cualquier barbaridad y soporto cualquier escarnio. Yo sé que mi corazón de bestia no me engaña. Yo lo sé.

Yo te vi llegar, como una burrita preciosa, con Dios a los lomos, sin parar de reír. Veníais los dos hacia mí, bien borrachos, como de una fiesta.

Verte, si me mirabas con amor, era verte con un rugido de fondo: todas las religiones del mundo daban bravos y aleluyas, por mucho que les doliera.

Mi bien. Todo era imposible, pero nos habíamos convertido en bohemios, por amor. En lo que siempre fuéramos. Mi bastión de placer. Mi botín de sueños ridículos. Mi gran batalla de amor.

Y el mundo, de pronto, volvía a tener una arquitectura. Tu casa. Tus peldaños. Tu espalda.

Las cosas de tu casa, noche tras noche, haciendo carracas y formando constelaciones, favorables y contrarias, sobre un cielo de vino.

Todo es tan grande. Tan grande.

Cómo no amarte: salvaje, inútil, embravecido. Cómo no hacerte iglesia. Tu espalda, el muro orientado de mi mezquita.

Tu casa, tus camas, tus cenas. Tus cosas.

Mi amada. La que hizo de su casa el consulado de Dios, y me invitaba.

1 pensamiento sobre “consulado”

  1. Acto reflejo

    Acto reflejo
    Estereotipado
    Simple

    Bah
    Aprendido
    Consciente
    Perfeccionado

    Acto
    Ejercicio
    Haz
    Posibilidad
    Resultado
    Concéntrate
    Celébralo
    Actúa

    Reflejo
    Me muevo
    Es voluntario
    Una muestra
    Conoces
    ¿O reconoces?
    Reacción
    Actúa

Escribe aquí